¿Porqué estamos aquí?, ¿para qué estamos?.
Mi intuición me dice que no somos simplemente producto de la casualidad, de la probabilidad estadística en el desarrollo del Universo, sin otra finalidad
que la de existir.
Alguien dijo que el ser humano es el instrumento del Universo para llegar a conocerse a sí mismo. Esta respuesta a medias encierra una de las claves que distinguen al ser humano del resto de los demás seres
existentes; reconoce una finalidad para justificar la existencia del género humano. Representa al hombre como ser destinado a la evolución, apoyada por deseo de conocimiento que singulariza al pensamiento humano. Partiendo desde la creación del Universo
y pasando por sus distintas etapas de transformación constante de energía en materia y viceversa, hasta llegar a la creación de un ser con capacidad de pensar, podríamos llegar a la conclusión de que hay una evolución continuada del Universo y del hombre
que llevaría a este último hasta la comprensión de los actuales enigmas del Universo y de su propia existencia.
Pero el ser humano no sólo busca el conocimiento, sino que también busca la perfección que no es sinónimo de
conocimiento. El deseo de ser cada vez más perfecto (más inteligente, más sabio, más justo...) también distingue al ser humano de los seres que sólo se perfeccionan a través de la selección natural, mientras que el hombre puede incidir de forma más
directa y eficaz en su perfeccionamiento (si así lo desea) a través de las cualidades de la mente ( voluntad, capacidad de aprendizaje, comunicación, imaginación, creatividad, ...).
Me inclino por creer en el hombre integrado por
las abstracciones cuerpo, mente y espíritu, que le dan las capacidades suficientes para adquirir sabiduría, para evolucionar y perfeccionarse. Sin entrar en el pensamiento y en los conceptos filosóficos que van desde los primeros filósofos griegos,
pasando por la conciliación de razón y fe (santo Tomás de Aquino), por la filosofía moderna y contemporánea (Kant, Schopenhauer, Nietzsche, el marxismo, Bergson, etc.), por las ancestrales filosofías orientales, y acabando en la quizá excesiva confianza
puesta actualmente en la ciencia y la tecnología, pues como dice el filósofo Lu Beca: "La sabiduría es buena base para la evolución mística y el acercamiento a Dios. Aunque los más doctos materialistas se nos muestran como ateos, no pueden negar su
insuficiencia y la pobreza de sus experiencias que los obliga a mantener su actividad de laboratorios; siendo todo infructuoso para arrancar una prueba irrefutable contra las verdades eternas que culminan en la Divinidad. Se dice que todas la religiones
acercan a Dios porque todas tienen origen en la realidad del hombre y del Universo"; cuando el hombre se ve desbordado por una realidad que le sobrepasa, piensa en un Ser Superior que se puede ocupar de él, a veces para su bien y a veces para su
mal, y entonces desde la sabiduría de su aceptación comienza a elevarse sobre lo inmediato y evoluciona hacia la Verdad, estando destinado a perfeccionarse hasta traspasar la frontera marcada por las propias leyes de esta dimensión material del
Universo en que vivimos actualmente.
Por otra parte, los que creemos en Dios como motor del Universo y principio de todas las cosas, nos hacemos a veces las siguientes preguntas: "¿porqué el ser humano ha de pasar por esta
dimensión terrestre?, con todos los inconvenientes que ello conlleva: la enfermedad, el dolor, los sentimientos negativos, la muerte, y en definitiva el sufrimiento producto en gran parte de la fragilidad de nuestra naturaleza humana.
¿Es acaso la vida, como algunos creyentes dicen, una prueba que la Providencia pone al género humano?, ¿porqué habríamos de pasar prueba alguna?, si se nos regala un alma inmortal, ¿porqué no se nos regala el disfrute de la vida eterna en
compañía del Creador sin necesidad de tener que pasar por hacernos merecedores de ello?.
Las respuestas a estas preguntas no son fáciles, ni aún enfocándolas desde el ángulo de la fe. Pienso que una de las claves podría estar en
que, en principio, el ser humano tiene también que atenerse a una jerarquía de estados o dimensiones (materia - energía, mental, espiritual) del ser y del Universo al que
pertenece, por lo que tiene que seguir las reglas de ese Universo en el que
y desde el que ha sido creado. Así, el hombre, formado por una unidad indivisible con una dimensión material y una dimensión espiritual tiene que pasar por un ineludible "proceso de refinamiento" que le eleve en esa pirámide de estados
posibles del ser, para poder trascender de nuestra dimensión actual hasta esa otra dimensión que esperamos tras la muerte de nuestro estado material.