La racionalidad humana es una cualidad limitada y es por ello que el misterio de la Fe en un Dios ilimitado no puede ser racionalizado, ya que escapa a las posibilidades de nuestras capacidades intelectivas. Así, no es la razón
sino la espiritualidad la que nos proyecta hacia la Fe, pues la espiritualidad sobrepasa el entorno en el que se mueve la racionalidad.
Nos movemos entre ámbitos unidos en un único ser. El ámbito del espíritu y el de la mente que
son atemporales, y el material o corporal que nos mantiene unidos al vector temporal dentro del universo tangible.
Pero no por atemporales son menos reales la mente y
el espíritu que nos impelen hacia actitudes que a veces no pueden ser racionalizadas. Hemos desarrollado algunas de nuestras capacidades intelectuales sometiéndolas al yugo de la racionalidad, y por esto no podemos aprovechar y desarrollar
todas las cualidades
del espíritu y de la mente.
Cuanto más llenamos nuestra mente de ideas y de imágenes aprendidas, más nos alejamos del ámbito espiritual. Es el silencio de la mente el que nos puede llevar hacia ese otro ámbito que culmina en lo que
algunas religiones han llamado 'iluminación'. La iluminación podría pues definirse como un estado de encuentro con nuestra esencia, con nuestro espíritu, con nuestro Dios.
Pero no se trata de anular nuestra capacidad de
raciocinio, que puede sernos útil para enfocar adecuadamente aspectos de nuestra vida cotidiana, y que utilizada adecuadamente nos puede servir como vehículo para expresar nuestras sensaciones, pensamientos y para relacionarnos con nuestro entorno. Se
trata de aprender a silenciar nuestra mente, cuando así lo deseemos, mediante un acto de voluntad para situarnos y aprender en lo más profundo de nuestra propia esencia.