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La pérdida
de contacto del "mundo civilizado" con la realidad
Dice el pensador Stefano Fusi que debemos abrirnos a la realidad con la actitud del viajero. No es necesario irse a las antípodas para
experimentar la emoción que nos puede producir el encuentro con lo cotidiano visto con ojos nuevos.
Mientras en Europa estábamos casi en la edad de piedra, en Oriente florecían civilizaciones de las que aún hoy solo los estudiosos de la historia saben algo, por no hablar de otras civilizaciones como las de los incas,
aztecas, indios americanos, aborígenes australianos, etc., pueblos que alcanzaron cotas espirituales y culturales muy elevadas. En la historia de la humanidad, hace relativamente poco tiempo que los occidentales empezamos a tener idea de que somos un
único planeta poblado de individuos maravillosamente diferentes con historias y tradiciones distintas.
El "mundo civilizado" se ha mantenido durante la mayor parte de su historia apartado de la influencia de otras
culturas, en parte por la dificultad de comunicación entre los pueblos en el pasado, en parte por la simple y absurda creencia de una mayoría de que el desarrollo de la tecnología es el único camino hacia la evolución de los pueblos, viendo la forma de
vivir y de pensar de otras civilizaciones solamente como algo curioso, desaprovechando la experiencia y sabiduría de otros pueblos. La evolución se ha medido muchas veces en términos de producción, de consumo y de "bienestar social".
El "hombre tecnológico" se aleja de su propio ser al alejarse de la naturaleza,
creyendo dominarla sin sentirse sinceramente parte de ella, cuando debería aprender la lección que nos da la propia naturaleza que, por ejemplo, nos enseña a no desperdiciar nada, ya que en ella todas las cosas forman parte de un ciclo de regeneración
infinita de recursos. Aprender a reconocer los estrechos vínculos que nos unen a la Tierra es quizá el primer paso para retomar el camino hacia la salud física y mental.
Sabemos ya que la salud depende más de la calidad de nuestras emociones que de la cantidad de medicamentos que tomamos. La "tecno-medicina",
a pesar de los últimos hallazgos científicos, no es capaz de captar ese hilo finísimo que une mente y cuerpo. Recientes estudios científicos están demostrando que existen una estrecha relación entre el sistema nervioso central, el sistema inmunitario y
el endocrino, de forma que, la relación entre las emociones y la salud o enfermedad es mucho más profunda y sutil de lo que se pensaba. Las antiguas medicinas sabían y saben todo esto, de hecho estas medicinas utilizaban, por ejemplo, técnicas de
meditación para entrar en contacto con nuestras energías profundas que aumentan nuestra conciencia y capacidad de afrontar procesos de crecimientos interior facilitando así mismo el camino de la salud física y mental. Gran parte de las enfermedades que
nos afligen se deben a la pérdida de la armonía con nuestro ambiente y con nuestras verdaderas necesidades. Así, cualquier farmacoterapia que olvide aspectos humanos y sociales del enfermo, que no vaya acompañada de una actitud hacia la persona que sufre
que le haga comprender sus vivencias y capacidades interiores aplicando otras técnicas complementarias, no logrará una salud integral del enfermo.
Estamos en una civilización dominada, como la
sicología clásica, por un dogmatismo materialista freudiano que parece estar lejos de ofrecer respuestas satisfactorias y eficaces
a los problemas humanos. Se han estado aplicando al ser humano, modelos de comportamiento basados en muchos casos en los ratones de laboratorio, modelos que comenzaban a parecer poco adecuados para explicar la evolución psicológica del hombre. Por poner
un ejemplo, cualquier estado no ordinario de la conciencia era considerado como una "regresión
psicopatológica". Sin embargo, otras perspectivas, sin dejar de aceptar muchas cosas ya establecidas por la
sicología clásica, reconocen estados más
elevados de la conciencia como metas alcanzables y deseables pues pueden ofrecer experiencias más gratificantes al ser humano que le llevan a conceptos como: paz interior, sabiduría o comprensión superior. Así, estados de conciencia superiores, como los
alcanzados por santos de la religión cristiana o por místicos de otras religiones, adquieren un valor añadido de auténtica salud mental y no al contrario.
El navegante.
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